A raíz de la exitosa gira que el grupo de Teatro Guignol del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) efectuó por Venezuela, el Chato López, como era conocido entre sus compañeros Guillermo Torres López, regresó con una idea bulléndole en la cabeza: ¿Por qué no tener su propio teatro de títeres?
Dejemos que sea el Ing. Guillermo Enrique Torres González, primogénito del gran titiritero, quien nos narre, en sus propias palabras, esta magnífica historia.
Guillermo Torres López (el "Chato"), fundador y director de Don Cucufate. |
La idea comenzó a tomar forma; convocó a una reunión a varios amigos compañeros de trabajo, les expuso su plan, invitándolos a participar en él y con él; alzaron la mano Paquita Chávez y Pepe Díaz, con ellos dos, más mi mamá (que empezó a hacer sus pininos artísticamente) y él mismo, podía comenzar a ofrecer funciones particulares; pero en esa reunión saltó la pregunta: ¿Cómo se va a llamar el teatro? ¡Ah caray!, eso no estaba planeado; ahí mismo entre los asistentes se sugirieron nombres, ninguno debería llamarse como los de Bellas Artes, o que tuvieran alguna similitud como: Periquillo y/o Periquito, Comino, Rin-Rin, El Nahual, que eran los nombres que existían en esa institución, tenía que ser un nombre diferente, tal vez raro, de fácil pronunciación. El señor Jesús Díaz Thomé (Chuchito Díaz), esposo de Paquita, propuso: “Cucufate” y Cucufate se quedó; Chuchito Díaz fue el padrino. Así nació a mediados de 1950 el Teatro Guignol Don Cucufate...
Finalmente, ya se tenía teatro, algunos muñecos, nombre, animadores, ahora faltaba conseguir funciones; se mandaron imprimir tarjetas de presentación, y mi papá empezó a ofrecer sus servicios en instituciones gubernamentales y sindicatos, gestiones que en algunos casos dieron fruto, empezábamos a tener funciones.
Publicidad del grupo Don Cucufate. |
Con osadía, mis padres fueron a “El Palacio de Hierro”, tienda departamental que, en ese tiempo junto al Puerto de Liverpool, Las Fábricas Universales, el Centro Mercantil, eran las tiendas departamentales de mayor prestigio en la capital y que se encontraban estratégicamente ubicadas: a una cuadra del Zócalo capitalino. Consiguieron una cita por medio de la gerente de publicidad Madame Rostand para ser recibidos por el señor Blizac, Gerente General de “El Palacio de Hierro”.
Puntualmente acudieron mis papas a la cita y le explicaron al Gerente lo que proyectaban, el funcionario les solicitó una demostración. Con los pocos muñecos que había en la casa, más unos que consiguió prestados de Bellas Artes, se armó el teatro en la tienda y se procedió a dar la exhibición.
Llegaron los directivos que, con su nacionalidad francesa, sabían lo que era el espectáculo del Guignol; se sentaron y comenzó la función con el prólogo o más bien diálogo con el que siempre se iniciaban las funciones, diálogo en el cual se mencionaban los nombres, del, o los niños homenajeados, así como de algunos amigos y familiares, como no había niños entre los espectadores, se mencionaron los nombres de las personalidades presentes.
Normalmente el programa contemplaba: un prólogo, un bailable, una fábula o una ronda infantil, otro bailable y se finalizaba con el cuento principal; el programa estaba contemplado para durar entre cincuenta y sesenta minutos. Al terminar la ronda infantil, mandaron decir los directivos que con lo que habían visto, era suficiente . . . ¡Cómo un balde de agua helada se sintió el hecho de que se hubiera cortado la función! . . . ¿Qué había pasado? ¿No les había gustado? ¿En qué se había fallado? Con cuánta incertidumbre comenzaron a desarmar el tinglado y a recoger las cosas. Mde. Rostand, le dijo a mi papá que el señor Blizac deseaba una propuesta, un programa, y que les había parecido agradable a los asistentes que Don Procopio y Don Cucufate se dirigieran a ellos por su nombre al inicio del programa, este comentario entibió en algo el sentimiento del balde de agua helada.
Ya estaban planeando los eventos para la temporada navideña siguiente, era el mes de mayo.
Reunió papá a los integrantes del grupo para hacer planes y así elaborar una propuesta; ésta fue presentada, analizada, comentada, ajustada a las necesidades y gustos de la tienda.
Los animadores de Don Cucufate se preparan para la función. |
Afortunadamente fue aprobada y rápidamente a empezar a chambiar . . . pero ¡a chambiar en serio! (sic), era el mes de agosto de 1951 y el contrato establecía que para el primer día de diciembre se comenzaran las funciones. Fue necesario ampliar el staff con un par de animadores más y otro tramoyista ya que yo no siempre les pude auxiliar.
El programa contemplaba dos funciones de treinta minutos por la mañana, a las 11:30 y 12:30 hrs, y tres por la tarde, también de media hora, a las 15:30, 16:30 y 17:30 hrs. Deberían de ser dos programas alternos y distintos cada día, por tres días (lunes, miércoles y viernes) y otros dos programas igualmente distintos y alternos para los otros tres días de la semana (martes, jueves y sábado). Además, cada semana se cambiaba totalmente la programación, por lo que fue necesario elaborar una gran cantidad de muñecos (ampliar en mucho el repertorio), telones, trastos, seleccionar música, luces, etc. Se trabajaba del día 1° de diciembre al día 24, y del día 2 de enero del siguiente año al día 6.
Tuvimos la fortuna de ser contratados cada temporada navideña de 1951 a 1963. Los dos primeros años se trabajó en la casa matriz del centro, acondicionando el escenario con cortinas que el mismo personal de la tienda colocaba; a partir de 1953 en que la tienda tuvo la visión de poner una sucursal en la colonia Condesa, la primera sucursal que un importante almacén de estas características instalaba fuera del centro de la ciudad, destinaron un espacio mejor acondicionado tanto para dar cabida al público infantil como para los artistas del Guignol.
Al final de cada función se repartía publicidad a los asistentes, publicidad que dio frutos incrementando en mucho las funciones particulares sobre todo los fines de semana.
El elenco frente al escenario. |
Al fallecimiento de mi señor padre, en el año de 1964 (10 de agosto), mi madre, acompañada por el compadre Pepe Díaz, fueron a ver a Mde. Rostand para seguir ofreciendo las temporadas anuales navideñas. Con la franqueza que caracterizaba a Mde. Rostand, ésta declinó el ofrecimiento diciendo que sin la dirección del señor Torres el almacén no estaba interesado en volver a tener un espectáculo similar. La verdad, sabia decisión de la señora francesa, dudo mucho que hubiéramos podido mantener la misma calidad del espectáculo.
Modestamente, esa calidad del espectáculo, el lenguaje utilizado por los personajes, la puntualidad, la variedad de nuevos cuentos, rondas, bailables, en fin, una serie de atributos que le imprimió mi papá al teatro, difícilmente existió antes y después de Don Cucufate incluyendo los teatros de Bellas Artes; hubo y ha habido otros grupos de guignoleros, pero sin falsa modestia, ninguno como Don Cucufate.