viernes, 27 de agosto de 2021

DON CUCUFATE. HISTORIA SINGULAR DE UN PERSONAJE SINGULAR

A raíz de la exitosa gira que el grupo de Teatro Guignol del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) efectuó por Venezuela, el Chato López, como era conocido entre sus compañeros Guillermo Torres López, regresó con una idea bulléndole en la cabeza: ¿Por qué no tener su propio teatro de títeres?

Dejemos que sea el Ing. Guillermo Enrique Torres González, primogénito del gran titiritero, quien nos narre, en sus propias palabras, esta magnífica historia.



Guillermo Torres López (el "Chato"), 
fundador y director de Don Cucufate.




La idea comenzó a tomar forma; convocó a una reunión a varios amigos compañeros de trabajo, les expuso su plan, invitándolos a participar en él y con él; alzaron la mano Paquita Chávez y Pepe Díaz, con ellos dos, más mi mamá (que empezó a hacer sus pininos artísticamente) y él mismo, podía comenzar a ofrecer funciones particulares; pero en esa reunión saltó la pregunta: ¿Cómo se va a llamar el teatro? ¡Ah caray!, eso no estaba planeado; ahí mismo entre los asistentes se sugirieron nombres, ninguno debería llamarse como los de Bellas Artes, o que tuvieran alguna similitud como: Periquillo y/o Periquito, Comino, Rin-Rin, El Nahual, que eran los nombres que existían en esa institución, tenía que ser un nombre diferente, tal vez raro, de fácil pronunciación. El señor Jesús Díaz Thomé (Chuchito Díaz), esposo de Paquita, propuso: Cucufate Cucufate se quedó; Chuchito Díaz fue el padrino. Así nació a mediados de 1950 el Teatro Guignol Don Cucufate...



Don Cucufate, el mejor amigo de los niños.


Inmediatamente se puso El Chato a modelar en plastilina los rostros de el que iba a fungir como El Señor Director, “Don Procopio”, y el del payaso Cucufate, y luego a hacer los vaciados primero en yeso y luego en papel mina. Todos los personajes, así como los telones y los trastos eran pintados por el chaparrito yucateco Pepe Díaz, también se comenzaron a elaborar algunos muñecos copiados de los usados por los otros grupos de guignoleros. Incipiente y lentamente comenzaba a tomar forma el teatrito.

Finalmente, ya se tenía teatro, algunos muñecos, nombre, animadores, ahora faltaba conseguir funciones; se mandaron imprimir tarjetas de presentación, y mi papá empezó a ofrecer sus servicios en instituciones gubernamentales y sindicatos, gestiones que en algunos casos dieron fruto, empezábamos a tener funciones. 



Publicidad del grupo Don Cucufate.


Con osadía, mis padres fueron a “El Palacio de Hierro”, tienda departamental que, en ese tiempo junto al Puerto de Liverpool, Las Fábricas Universales, el Centro Mercantil, eran las tiendas departamentales de mayor prestigio en la capital y que se encontraban estratégicamente ubicadas: a una cuadra del Zócalo capitalino. Consiguieron una cita por medio de la gerente de publicidad Madame Rostand para ser recibidos por el señor Blizac, Gerente General de “El Palacio de Hierro”.


Puntualmente acudieron mis papas a la cita y le explicaron al Gerente lo que proyectaban, el funcionario les solicitó una demostración. Con los pocos muñecos que había en la casa, más unos que consiguió prestados de Bellas Artes, se armó el teatro en la tienda y se procedió a dar la exhibición.


Llegaron los directivos que, con su nacionalidad francesa, sabían lo que era el espectáculo del Guignol; se sentaron y comenzó la función con el prólogo o más bien diálogo con el que siempre se iniciaban las funciones, diálogo en el cual se mencionaban los nombres, del, o los niños homenajeados, así como de algunos amigos y familiares, como no había niños entre los espectadores, se mencionaron los nombres de las personalidades presentes.     


Normalmente el programa contemplaba: un prólogo, un bailable, una fábula o una ronda infantil, otro bailable y se finalizaba con el cuento principal; el programa estaba contemplado para durar entre cincuenta y sesenta minutos. Al terminar la ronda infantil, mandaron decir los directivos que con lo que habían visto, era suficiente . . . ¡Cómo un balde de agua helada se sintió el hecho de que se hubiera cortado la función! . . .  ¿Qué había pasado? ¿No les había gustado? ¿En qué se había fallado? Con cuánta incertidumbre comenzaron a desarmar el tinglado y a recoger las cosas. Mde. Rostand, le dijo a mi papá que el señor Blizac deseaba una propuesta, un programa, y que les había parecido agradable a los asistentes que Don Procopio y Don Cucufate se dirigieran a ellos por su nombre al inicio del programa, este comentario entibió en algo el sentimiento del balde de agua helada. 


Ya estaban planeando los eventos para la temporada navideña siguiente, era el mes de mayo.


Reunió papá a los integrantes del grupo para hacer planes y así elaborar una propuesta; ésta fue presentada, analizada, comentada, ajustada a las necesidades y gustos de la tienda. 



Los animadores de Don Cucufate se preparan para la función.



Afortunadamente fue aprobada y rápidamente a empezar a chambiar . . . pero ¡a chambiar en serio! (sic), era el mes de agosto de 1951 y el contrato establecía que para el primer día de diciembre se comenzaran las funciones. Fue necesario ampliar el staff con un par de animadores más y otro tramoyista ya que yo no siempre les pude auxiliar.    


El programa contemplaba dos funciones de treinta minutos por la mañana, a las 11:30 y 12:30 hrs, y tres por la tarde, también de media hora, a las 15:30, 16:30 y 17:30 hrs. Deberían de ser dos programas alternos y distintos cada día, por tres días (lunes, miércoles y viernes) y otros dos programas igualmente distintos y alternos para los otros tres días de la semana (martes, jueves y sábado). Además, cada semana se cambiaba totalmente la programación, por lo que fue necesario elaborar una gran cantidad de muñecos (ampliar en mucho el repertorio), telones, trastos, seleccionar música, luces, etc. Se trabajaba del día 1° de diciembre al día 24, y del día 2 de enero del siguiente año al día 6. 


Tuvimos la fortuna de ser contratados cada temporada navideña de 1951 a 1963. Los dos primeros años se trabajó en la casa matriz del centro, acondicionando el escenario con cortinas que el mismo personal de la tienda colocaba; a partir de 1953 en que la tienda tuvo la visión de poner una sucursal en la colonia Condesa, la primera sucursal que un importante almacén de estas características instalaba fuera del centro de la ciudad, destinaron un espacio mejor acondicionado tanto para dar cabida al público infantil como para los artistas del Guignol.

Al final de cada función se repartía publicidad a los asistentes, publicidad que dio frutos incrementando en mucho las funciones particulares sobre todo los fines de semana.




El elenco frente al escenario.


Al fallecimiento de mi señor padre, en el año de 1964 (10 de agosto), mi madre, acompañada por el compadre Pepe Díaz, fueron a ver a Mde. Rostand para seguir ofreciendo las temporadas anuales navideñas. Con la franqueza que caracterizaba a Mde. Rostand, ésta declinó el ofrecimiento diciendo que sin la dirección del señor Torres el almacén no estaba interesado en volver a tener un espectáculo similar. La verdad, sabia decisión de la señora francesa, dudo mucho que hubiéramos podido mantener la misma calidad del espectáculo. 

Modestamente, esa calidad del espectáculo, el lenguaje utilizado por los personajes, la puntualidad, la variedad de nuevos cuentos, rondas, bailables, en fin, una serie de atributos que le imprimió mi papá al teatro, difícilmente existió antes y después de Don Cucufate incluyendo los teatros de Bellas Artes; hubo y ha habido otros grupos de guignoleros, pero sin falsa modestia, ninguno como Don Cucufate




lunes, 1 de marzo de 2021

GUILLERMO TORRES LÓPEZ, UN TITIRITERO EXCEPCIONAL.

GUILLERMO TORRES LÓPEZ UN TITIRITERO EXCEPCIONAL.


Guillermo "Chato" Torres López
Guillermo Torres López


En palabras del Ing. Guillermo Enrique Torres González, compartimos algunos de sus recuerdos, plasmados en esta semblanza, de uno de los mejores animadores que ha dado el Teatro Guiñol Mexicano a lo largo de su historia. 

Guillermo Torres López es actualmente un titiritero poco conocido por las nuevas generaciones (a veces la historia no hace justicia a sus protagonistas), pero que dejó una profunda huella e importante escuela, por su excelencia en la calidad artística de sus interpretaciones. 

A manera de noticia diremos que fue él quien interpretó originalmente el emblemático personaje Gorgonio Esparza, el legendario matón de Aguascalientes, de la magnífica obra escrita por Antonio Acevedo Escobedo; así como Don Juan Tenorio, de la obra homónima de José Zorrilla, adaptada y dirigida por Roberto Lago. 


Gorgonio Esparza y su Caballo



Don Guillermo Torres López (1909-1964), nació en Tenancingo de Degollado, Edo. De México, una población ubicada como a 60 kms. al suroeste de la capital, Toluca. Desde pequeño, formando parte del grupo de acólitos en la iglesia pueblerina, al contestar los responsos en latín a las oraciones que pronunciaban los clérigos, éstos, se empezaron a dar cuenta de lo clara y bien timbrada voz infantil, por lo que le comenzaron a ayudar a mejorar esa facultad. Además, el director del colegio al que asistía, también se percató que el niño tenía facilidad para aprender declamaciones y recitarlas con buena entonación, aquí también tuvo el apoyo necesario para manejar su dicción. En el pueblo era conocido como Guillermo López o simplemente como Memo.


En 1926, su madre y él, se fueron a vivir al Distrito Federal, a donde consiguió Guillermo López entrar a trabajar a la Compañía Telefónica y Telegráfica Mexicana, como mozo. En 1938 contrajo matrimonio en su tierra natal con María del Carmen González Guadarrama (Q.E.P.D.); procrearon dos hijos: Rafael (Q.E.P.D.), el menor, y quien esto escribe, el primogénito, Guillermo Enrique.


Con las facultades verbales y con la plena convicción de buscar mejoras laborales para los sindicalizados, el “Chato López”, como fue conocido entre sus compañeros telefonistas, con el paso del tiempo llegó a ocupar cargos sindicales, en una época en la que esas responsabilidades tenían vigencia de un año, y al final del cual, se rendía a la asamblea, un informe de sus actividades, sin que tuvieran oportunidad de reelegirse, era una verdadera democracia sindical. 


Invitación del Secretario General 
del Sindicato de Telefonistas, Guillermo López (sic)


Mientras laboraba en la telefónica, y ya con un ingreso seguro, por las tardes, al cumplir su jornada laboral, don Guillermo se inscribió en el Conservatorio Nacional de Música para tomar clases de música por espacio de unos cuatro años, consiguiendo mejorar su facultad vocal de tenor. 


La relación artística entre el Conservatorio y el Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), le permitió a Guillermo López saber de la existencia de una nueva actividad teatral: el teatro Guignol, que, para él, manejar muñecos no resultó problemático, lo había experimentado en su infancia en forma por demás improvisada; se acercó a los titiriteros, e inmediatamente se creó una empatía, así, por 1931, no más allá, el Chato López ingresó al Guignol, con Graciela Amador, conocida como “Gachita Amador” como directora del pequeño elenco  integrado por el pintor Ramón Alva, Roberto Lago, los hermanos Carrillo: Manuel y Armando. El teatro llevaba el nombre de “Periquilo” y/o “Periquito”.


Para 1939, se forman los grupos de “Comino” y “El Nahual”, dirigidos por Dolores Velázquez de Cueto (Lola Cueto) y Roberto Lago, respectivamente, quienes, llegarían a ser el soporte, los pilares, los padres en los cuales se cimentó el Teatro Guiñol Mexicano. “El Chato” pasó a formar parte del elenco del Teatro “El Nahual”.



Don Juan Tenorio, magistralmente interpretado
por Guillermo (Chato) López


Al paso del tiempo ingresaron más artistas entre ellos las hijas de Lolita Cueto: Ana María y Mireya (Miyuca), llegaron los tres hermanos Contreras: Alfonso, Fausto, y Eduardo, así como la esposa de éste, Lucrecia González, Paquita Chávez, y algunos más; pero otro personaje del que no se puede olvidar, y que fue pilar en el Guiñol con sus pinceles, al plasmar escenografías, utilería y muñecos, y que además se convirtió en promotor del Guiñol entre las comunidades indígenas del sureste de la república mexicana, me refiero al maestro vallisoletano José Mercedes Díaz Núñez, familiarmente conocido como “Pepe Díaz” que inicialmente llegó como decorador en el año de 1944, y que con el tiempo también se volvió animador teatral.



El Chato López, Paquita Chávez,
Pepe Díaz y Lucrecia González


Los cuatro o cinco animadores integrantes de cada uno de los tres grupos del Teatro Guiñol de Bellas Artes, y que dos de ellos laboraban en la mañana y un tercero en un turno vespertino, formaban un grupo por demás heterogéneo, todos se ayudaban entre sí, aportaban ideas, críticas sanas, etc. en fin, buscando dar lo mejor de cada uno en beneficio del espectáculo, ninguno buscaba ganarse los reflectores, ni los mismos directores Lolita y don Roberto.


En el sexenio del Presidente Miguel Alemán Valdés, ocupó la Secretaría de Educación Pública el literato Don Jaime Torres Bodet, quien se percató de la carencia de conocimientos en la lectura y en la escritura entre la población nacional, por lo que se dio a la tarea de combatir el analfabetismo con los pies en la tierra, y anoto, con los pies en la tierra, no como José Vasconcelos quien unos 25 años antes, quiso combatir el analfabetismo regalando a la población analfabeta ejemplares de la Ilíada y la Odisea. 


Entre las formas de llevar a cabo su campaña alfabetizadora, el Dr. Torres Bodet hizo uso del Teatro Guiñol de Bellas Artes, con el cual recorrían los titiriteros las delegaciones aledañas al Distrito Federal (Iztapalapa, Tláhuac, Cuajimalpa, etc.) con gran éxito, tan así fue valorado por el Secretario de Educación, que llevó este espectáculo a la zona serrana de Oaxaca; y . . . ¡allá van los guiñoleros a bordo del camión de redilas!, las cuales para esa campaña, se cubrieron con una lona decorada con personajes del Guignol, lo cual hacía llamativo al vehículo, además, contaba la unidad con una planta de luz, dado que no en todas partes contaban con ese servicio eléctrico con el que tanto para el alumbrado como para el servicio de sonido, era indispensable.


Junto al camión de redilas, decorado por Lola Cueto,
 en la Campaña de Alfabetización.


El grupo lo conformaron: el chofer, Don Fili, como directores del grupo el maestro Roberto Lago y la maestra Lolita Cueto, Paquita Chávez, Eduardo Contreras, el Chato López y el yucateco Pepe Díaz. Fue una gira de tres semanas por esa serranía que dejó un aprendizaje invaluable tanto para los actores como para las comunidades indígenas visitadas . . .  ¿El maestro de ceremonias?: no podía faltar: el Chato López.

  

Sabiendo y viendo los beneficios que el Teatro Guiñol aportaba, el gobierno de los Estado Unidos de Venezuela, presidido por el Lic. Rómulo Betancourt, por conducto de su Ministerio de Educación Nacional, nombró Coordinador de Alfabetización y Cultura Popular al  Sr. Antonio Seijas, quien se puso en comunicación con el Secretario de Educación, Don Jaime Torres Bodet, solicitándole que un grupo de guiñoleros fueran a esa hermana república a transmitir sus conocimientos y experiencias; la petición fue aceptada por el Secretario y por el INBA; otra vez, allá va en 1947, el grupo de “El Nahual”. El Sr. Lago, Lolita, Paquita, Pepe, y el Chato fueron los comisionados. ¡Otra valiosísima experiencia!, ¡otro triunfo del Guiñol!


Antes de abordar el barco "Nueva Esparta",
que habría de llevarlos a Venezuela.

A raíz de la exitosa gira que el grupo de teatro Guignol del Instituto Nacional de Bellas Artes efectuó por la hermana República de Venezuela, Don Willy (también así era conocido Don Guillermo), regresó con una idea bulléndole en la cabeza: ¿Por qué no tener su propio teatro de títeres?, al fin y al cabo, ya había acumulado suficiente experiencia en los más de quince años de estar trabajando en el Guignol, aunado a sus cualidades artísticas innatas que la vida le otorgó y que desde muy pequeño dio muestra de esas cualidades.        


La idea comenzó a tomar forma; convocó a una reunión a varios amigos compañeros de trabajo, les expuso su plan, invitándolos a participar en él y con él; alzaron la mano Paquita Chávez y Pepe Díaz, con ellos dos, más mi mamá (que empezó a hacer sus pininos artísticamente) y él mismo, podía comenzar a ofrecer funciones particulares; pero en esa reunión saltó la pregunta: ¿Cómo se va a llamar el teatro?, ¡Ah caray!, eso no estaba planeado; ahí mismo entre los asistentes se sugirieron nombres, ninguno debería llamarse como los de Bellas Artes, o que tuvieran alguna similitud como: Periquillo y/o Periquito, Comino, Rin-Rin, El Nahual, que eran los nombres que existían en esa institución, tenía que ser un nombre diferente, tal vez raro, de fácil pronunciación. El señor Jesús Díaz Thomé (Chuchito Díaz), esposo de Paquita, propuso: “Cucufate” y Cucufate se quedó, Chuchito Díaz fue el padrino. Así nació a mediados de 1950 el Teatro Guignol Don Cucufate.



Paquita Chávez, Chato López y Pepe Díaz
Integrantes de "Cucufate"



De esta magnífica experiencia, Guillermo, el hijo mayor del "Chato López", nos platicará en la siguiente entrega...

miércoles, 11 de abril de 2018

MANIFIESTO POR LA DIGNIDAD DEL TÍTERE

El Maestro Iván Darío Álvarez Escobar, del prestigiado grupo La Libélula Dorada de Colombia y artista universal del Arte de los Títeres nos brinda con oportunidad y pertinencia esta reflexión que tomamos al vuelo y hacemos propias sus palabras. 





Nosotros los títeres, descendientes de los múltiples dioses, de los ritos sagrados y de la magia, venimos a proclamar a los cuatro vientos del mundo, nuestro más sentido cansancio porque se nos viva comparando, sobre todo, en épocas de elecciones, con los políticos de turno.

Por tanto pensamos que esa pretendida semejanza ofende nuestra milenaria dignidad poética.

Nosotros somos criaturas del aire, hijos del viento y de las estrellas, provenientes de las remotas galaxias de la infinita fantasía. Somos los escultores de los más hermosos sueños de infancia. En cambio los llamados políticos profesionales, son seres mundanos, la mayoría de las veces corruptos, terribles oportunistas, que se amparan en el descarado ejercicio del poder para ponerse al servicio de los más mezquinos y oscuros intereses. Su naturaleza egocéntrica y ambiciosa, los convierte en seres mentirosos y demagogos por excelencia. Ellos dicen representar a la gente, pero la verdad es que suelen representarse así mismos. Se muestran como imprescindibles salvadores de esa abstracción llamada patria, pero viven de las ilusiones, de la orfandad, de la impotencia, de la incapacidad colectiva de los humanos, para resolver sus propios problemas.

Los políticos carecen de imaginación, de humor, de generosidad, de grandeza ética. Más bien son traficantes de los sueños y de las necesidades. Nosotros los títeres no engañamos a nadie. Jamás prometemos nada. Nuestro único deseo es agradar, seducir al público y en lo posible hacerlo reír o pensar, mofándonos de todo lo humano y lo divino o de toda forma absurda de autoridad o de poder.

Por ello desde lejanos tiempos fuimos perseguidos por reyes o dogmáticos clérigos, cuando andábamos con los juglares y comediantes de nuestro arte, de pueblo en pueblo y de feria en feria. Desde antaño títeres y titiriteros formamos una unidad y conspiramos a dúo. Somos una leal cofradía utópica y solo servimos a la libertad.

Por eso proclamamos que compararnos con los políticos no esa justo, ni corresponde con la verdad. Nosotros tenemos nuestra propia voz y no carecemos de carácter ni de voluntad propia. Somos fieles a nuestro personaje desde que nacemos, hasta que morimos. Muy contrario a lo que le sucede a los políticos. Ellos son seres camaleónicos, manipuladores o manipulados, siempre dispuestos a vender el alma al diablo o al mejor impostor.


¡No! ¡No somos de la estirpe de los políticos!
¡No más abuso ni manoseo a la palabra títere!
¡No queremos que se nos diga más que los políticos lacayos, son títeres del imperialismo o de la burguesía!
¡El títere nace libre pero los humanos lo corrompen!
¡Somos títeres libertarios! ¡Abajo el irrespeto, viva nuestra dignidad!


Iván Darío Álvarez Escobar

viernes, 23 de junio de 2017

COCO (1917 - 1999) Modista del Guiñol.


Un tributo en el Centenario de su Natalicio.

23 de junio de 1917 - 29 de enero de 1999





Lo esencial es invisible para los ojos
-dijo el Zorro al Principito



Nunca dejaremos de reconocer y admirar el arte que entraña al teatro guiñol; a la infinidad de personajes que han conformado nuestra historia; a la calidad, generosidad y bonhomía de su destino hacía el público. Para nosotros, todas ellas, son ejemplares.

Y ¿qué decir de aquellos que han sido brillantes faros con luz propia que en su esencia irradian la imposibilidad de verse opacados? Se conoce de hombres y mujeres que al iniciar en esta obra –y aún aquellos que la continúan–, han sido señalados por la historia con la más alta distinción que puede tener un artista titiritero.

Sabemos también que durante todas las épocas y –estamos seguro de ello– en casi todos los grupos, existen personas que calladamente desde el anonimato construyen, edifican y contribuyen sustancialmente al éxito de sus colegas; a aquellos que dan la cara, y a los que reciben los aplausos y reconocimientos.

El teatro de títeres es un ejemplo clarísimo de esto. Comúnmente hay casos en los que los rastreadores de los pasos que dejan esas profundas huellas no saben –o no quieren saber– quién las imprimió. Tal es el caso de una persona excepcional; una mujer admirable que, quienes la conocieron, darán constancia de lo que escribo. Es por eso que en este espacio de diálogo, dedicado al quehacer titiritero y que nos ha brindado la oportunidad para hacer públicas nuestras modestas pero sinceras aportaciones, rendimos tributo, en el centenario de su natalicio, a Socorro Góngora Torres, COCO.

Socorro Góngora Torres, "Coco"

Coco fue esposa del titiritero José Díaz Núñez –de quien ya hemos hablado en este blog bajo el título Maestro Pepe–; su compañera incansable y creadora de los vestuarios de todos sus títeres. 

Algunos de los títeres vestidos por Coco

Narrar parte de su historia es, para nosotros, de mayor relevancia, pues con estas palabras damos un emocionado homenaje a una mujer de infinita humildad y gran sensibilidad. Podemos, sin lugar a dudas, decir que esta historia sale por primera vez a la luz con el reconocido valor que tiene para la tradición del teatro guiñol.

El Maestro Pepe gozó del prestigio nacional e internacional en el universo de los títeres y siempre fue elogiado por la calidad de sus creaciones; pero honor a quien honor merece y sin menoscabo del valor de su obra, no podemos soslayar el hecho que, él sólo, no habría tenido dicho reconocimiento sin el soporte incondicional de su leal pareja. Pepe –tomando el atrevimiento de tratarlo con la confianza que nos ofrece su generosa personalidad– construía las cabezas, las manos y, en ocasiones, los pies de sus muñecos. Y, cuando técnicamente lo requerían, ponía en práctica los ingeniosos recursos aprendidos de sus maestros guiñoleros; pero el vestuario, la peluquería, el atrezo y los acabados generales de “sus” creaciones los realizaba Coco – nombrada así cariñosamente por quienes la trataron–.

Coco fue una de tantas mujeres que sembraron una semilla, pequeñita, pero bien arraigada que con el correr del tiempo, cariño y cuidados se convirtió en una monumental ceiba que, sin duda, fue esparciendo cada triunfo envueltos en esa esponjosa lana que, con ayuda del viento, ha llegado a germinar en otras partes.

Soldado para "Meñique y el gigante"

El arte de la costura la trae desde su primera juventud, en Valladolid, Yucatán, México; su tierra natal, una hermosa ciudad colonial donde se dio la primera chispa de la Revolución Mexicana el 2 de junio de 1910 –un dato que los rastreadores de huellas no han querido reconocer– pero esa, es otra historia.


Bertoldo, el bufón de "La cabeza del dragón"


Decíamos que Coco comenzó muy joven en el arte de la costura, de manera autodidacta, en una esquina de su casa paterna por donde veía pasar a Pepe Díaz, que en aquel tiempo (1932) era su novio y quien años más tarde se convertiría en su compañero de vida. 

En 1939 Pepe viajó a la isla de Janitzio en el estado de Michoacán invitado por el artista plástico y titiritero Ramón Alva de la Canal, para que lo ayudara a pintar el gran mural del Monumento a José María Morelos con la promesa de regresar al término del trabajo. Su estancia iba a ser por un mes aproximadamente, pero el “plazo” nunca se cumplió. La relación amorosa era, entonces, epistolar y así se mantuvo los siguientes diez años (1949), hasta que él, que ya trabajaba en el Teatro Guiñol del INBA, viajó con el Grupo El Nahual a Yucatán y se reencontró con Coco. Tras una breve estancia en el estado, Pepe volvió a la Ciudad de México con el grupo de titiriteros y la relación epistolar continuó durante un año más (1950). Una relación de18 años de noviazgo (1932-1950) Eso no hace más que mostrarnos su entereza y determinación. En 1950, al casarse –por poder, aunque no lo crean– viajó a la capital, la gran ciudad, porque ahí vivía su flamante esposo y descubrió de su mano el maravilloso mundo de los muñecos animados. Justo ahí comienza esta gran historia.


Coco, 1950, ca.

Las tareas de producción de los grupos en ocasiones se veían rebasadas y Coco contribuía con sus conocimientos en costura para la realización de los vestuarios sin ser parte –oficialmente– del personal de los grupos del INBA; poco más tarde, se ganó el cariño de sus integrantes.


Príncipe Ajonjolí de "La cabeza del dragón"

Coco era una persona con gran calidez humana, disposición y generosidad aun en los momentos de sacrificio, en esos en los que se debe entregar todo el esfuerzo sin desmayo, en aquellos donde se debe redoblar el trabajo. Ella pensaba que se debía tomar al toro por los cuernos: llenos de angustias, pero con alegría. Así comenzó a confeccionar los vestuarios de los personajes que se usarían en los cuentos e historias en los que participaban Pepe y sus compañeros.


Emperador de "Los dos ruiseñores"

La grandeza de Coco residía en su humildad ya que fue su propia maestra y supo crecer y acentuarse con tenacidad y noble obstinación. En ella no había desperdicio. Fue una mujer que hablaba con palabras concisas, de esas que alientan a crecer y seguir el camino de la vida.

Conocerla y recordarla nos hace sentir que este mundo tiene aún personas con sentimientos nobles y sin malicia; nos hace sentir que sólo con voltear a nuestro lado podemos encontrar a los que son capaces de inspirar una profunda confianza en la cual uno se puede refugiar con total honestidad sin miedo a estar en un vacío y poder descubrir a quienes siempre tendrá una palabra de aliento. Así de contagiosa era su generosidad.


Coco, una artista que tiene un lugar ganado
en el seno de nuestra comunidad titiritera. 

Coco siempre estará presente en nuestros pensamientos, en nuestras vidas. Coco, la extraordinaria modista del guiñol que, con la clara sutileza de mujer, va detallando aquellos vestuarios con determinación. Su recuerdo y enseñanzas van haciendo más honda y profunda la huella de sus pasos para los que conocen su obra. Una artista que tiene un lugar ganado en el seno de nuestra comunidad titiritera.

Siempre fue una mujer modesta, pero con la satisfacción en el rostro y una sonrisa en los labios; saboreó el exquisito fruto del deber cumplido como maestra, como madre y como mujer que amó a su terruño adoptivo que, con sumo placer, aportó un grano de arena para la elevación cultural de las actuales generaciones y de las por venir en el maravilloso arte de los títeres.




A cien años de su natalicio volvemos la mirada hacia atrás y nos encontramos con un florido camino, exuberante, pletórico de resultados positivos, generosos y favorables...


¡Gracias!


jueves, 15 de junio de 2017

A 70 años de distancia... Una historia peculiar.

Compartimos con ustedes el texto de la crónica que publicó el poeta venezolano, Héctor Guillermo Villalobos, el 10 de marzo de 1947, con motivo de la llegada de el Grupo El Nahual del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA), de México, a Caracas, Venezuela, invitados por el Ministerio de Educación de ese país hermano.


Nota: La inserción de las fotos es nuestra.




Murciélago, de "Botón de Oro y la Luna"



TÍTERES PEDAGÓGICOS

Por Héctor Guillermo Villalobos (*)


De izquierda a derecha: Pepe Díaz, Marcos González,
Guillermo Torres López, Roberto Lago y Lola Cueto.

El miércoles por la noche en el Centro de Cultura Popular, asistimos a un espectáculo que ya teníamos casi olvidado. Una exhibición privada de Teatro Guignol, organizada por el Patronato Nacional de Alfabetización. Se presentó el conjunto mexicano recién llegado a nuestro país, bajo la dirección del veterano Roberto Lago. Son catorce años de fervorosa experiencia, de tenacidad ejemplar los que lleva esta gente mexicana en la rigurosa disciplina del Guignol. Catorce años de magisterio popular, bajo la bandera alegre de la Revolución, que en su patria sigue cumpliendo obra reparadora y gigantesca. Han venido a Venezuela como misioneros de un arte viejo y sin embargo revolucionario. Los tradicionales muñecos de siempre, con su gracia un poco estereotipada, han encontrado nuevos compañeros en tierras de América. Y sin duda llegará el día en que ésta pueda también exportar su Guignol, renovado, diversificado, enriquecido con tipos y costumbres rebosantes de originalidad. Para que aprendan a conocernos mejor aquellos que, precisamente nos interesa más que nos conozcan: los hombres, las mujeres y, sobre todo, los niños de otras lejanas patrias… Por ahora, es ya algo muy positivo que sea de México y no de Estados Unidos o de Europa de donde nos llegue a sembrar ejemplo y afán de emulación esta embajada guignolesca plena de buena voluntad, 

Gladys de Rodríguez con "El lobo", en proceso.

El miércoles tuvimos ocasión de admirar auténtico arte popular en 
los muñecos que dirige el señor Lago. En lo que toca a la técnica es magistral el manejo de los títeres. Las voces justas, admirablemente exactas. El movimiento escénico no deja nada qué desear. El grupo tiene un dominio tal y revela un acoplamiento tan armonioso, que pensamos no tiene nada que envidiar a los más destacados conjuntos de otras naciones de mucha más antigua tradición en el género. Y el secreto está, dese luego, en lo que el Director nos refirió acerca de la manera como este grupo de escritores, actores, pintores –él mismo desde que se inició en 1933- ha trabajado en lo suyo, al calor del más acendrado afecto y de la comprensión más estrecha entre sus integrantes. En esas condiciones –tan raras entre nosotros- es claro que puede cuajar en algo tan efectivo como “El Nahual” el más ambicioso proyecto artístico. Pero con la mezquindad, el egoísmo, la inconstancia y el interés inconfesable –descontando la falta de verdadera cultura, falta propicia al desarrollo del mal gusto- es poco o nada lo que puede lograrse en este o en cualquier otro campo.

El escultor Eduardo Francis con "El leñador"

Después de la simpática e interesante exposición del señor Lago acerca de los antecedentes y desarrollo histórico del Guignol en México, fueron presentadas las piezas El Gallito Vanidoso, El Baile de las Calaveras, el estupendo romance folklórico ¡Ya viene Gorgonio Esparza!, escenificado por [Antonio] Acevedo Escobedo, y el juego infantil El Nahual. Todo el fresco mundo de la fábula revive de nuevo en las encantadoras figurillas de los animales que hablan y razonan, con más gracia y lógica que muchos humanos. El mundo parlanchín del gallinero se pone al servicio de la generosa campaña alfabetizadora en una entretenida comedia llena de color criollo y de ingeniosos chistes aldeanos. El movido “jarabe”, bailado por paisanos que son calaveras, bate, como dentro de una olla de greda, lo pintoresco y heroicamente macabro de la tradición campesina mexicana, con el entusiástico ritmo que no tiene un solo momento de indecisión ni de reposo.

Pero lo que para muchos de los asistentes constituyó una verdadera revelación de extraordinarias posibilidades del Guignol fue la versión dramática del “corrido” ¡Ya viene Gorgonio Esparza! Es algo de un efecto sencillamente asombroso. El realismo y el color en los diversos momentos de la vida y muerte del héroe legendario del Bajío; el movimiento escénico de los personajes, la ejecución acabada de los caricaturescos títeres, los decorados modernos, todo, en fin, contribuye a hacer de esta pieza una pequeña obra maestra del tabladillo guignolesco. En los intermedios entre uno y otro cuadro, los trozos cantados del añejo romance que rememora las hazañas sangrientas del bandido, van haciendo correr, a la vera de las escenas, el hilo continuo del relato romancesco. Entre todas ellas, hay una especialmente, en la que alcanza un grado insuperable la técnica dramática de los animadores de este Guignol. Me refiero a la escena de la noche del aquelarre en que las brujas ensalman y presiden el nacimiento del demoniaco Gorgonio. En ella, el efecto logrado al sugerir serpientes con las manos simplemente enfundadas y animadas de movimientos ondulantes, es estupendo.

El escritor Marcos González y su "Payasito"

Para finalizar, la ronda infantil de El Nahual pone una pincelada candorosa y risueña después del sombrío relato de crímenes y venganzas. La algaraza de los animales del campo nos regresa a la infancia, a la poesía de la vida, al bosque maravilloso de los cuentos y de los sueños.

Nos quedamos meditando acerca de las infinitas posibilidades que se abren a la pedagogía y en especial a la entusiasta campaña de alfabetización de adultos -¡cómo ha de llegarle esto a la gente sencilla de nuestros campos!- con este instrumento precioso que es el teatro de títeres. Estamos seguros que el Ministerio de Educación Nacional sabrá aprovechar al máximo la presencia y colaboración fraterna del conjunto “El Nahual”. Pero también quisiéramos que la permanencia de estos artistas y pedagogos mexicanos nos dejara algo más positivo. El adiestramiento de un grupo de aficionados inteligentes de las filas del magisterio nacional –y hay muchos- que aseguraran la continuidad de un movimiento semejante al de México, al de España. porque quizá la mejor de las cátedras, hoy por hoy y para las grandes masas a quienes necesitamos conquistar primero y alfabetizar después sea el endeble, improvisado y mágico tabladillo de un teatro de títeres. En ellos, como en los inolvidables cuentos de Calleja, de Parrault, de Andersen, como en los muñecos y animalejos del genial Disney, reside el secreto de la recuperación de este hombre desgarrado que es hoy el habitante infeliz de un mundo loco. Es posible –y, ¿por qué no?- que el espíritu incontaminado de los niños salve al hombre y al universo de la crueldad y de la estupidez actuales y de este espantoso final de tragedia griega que todos nos la pasamos presintiendo, pero que a veces, aturdidamente, nos empeñamos en disimular o en olvidar.


De izquierda a derecha: Eduardo Francis (Escultor), Gladys de Rodríguez (Maestra),
Elybeth Hernández (Maestra), Roberto Lago (Director del Grupo El Nahual),
Leticia Escobar (Maestra), Lola Cueto (Directora del Grupo El Nahual),
Elsa Escobar (Maestra) y Marcos González (Escritor).

Den todo lo que sepan y puedan los ilustres titiriteros pedagógicos del México revolucionario, que su memoria se conservará siempre fresca entre los nuestros y los niños venezolanos.


Cabezas y fundas en el taller.











(*)Villalobos, Héctor Guillermo (1911-1986).
Poeta, periodista, pedagogo y político venezolano, nacido en Ciudad Bolívar el 20 de julio de 1911, y fallecido en Caracas el 23 de mayo de 1986. Autor de una brillante producción poética que, hondamente arraigada a las costumbres y las formas de vida de sus compatriotas, exalta el sentimiento amoroso y lo convierte en el eje en torno al cual gira el universo, está considerado como una de las voces líricas más destacadas de la literatura venezolana del siglo XX.
Humanista fecundo y polifacético, cursó estudios superiores de Letras y se graduó como profesor de Lengua y Literatura Española en 1936. Compaginó, a partir de entonces, sus labores docentes con una intensa dedicación al periodismo, faceta en la que sobresalió por sus artículos publicados en la revista Oriflama y, años después, por la fundación del rotativo El Luchador. Al mismo tiempo, mantuvo una tenaz y fructífera dedicación a la vida pública de su nación, en la que fue llamado al Congreso de la República en calidad de representante del Estado Bolívar; posteriormente, fue elegido presidente de dicho estado (1946) y acabó desempeñando elevados cargos dentro de la política nacional, como los de Director de Enseñanza Primaria y Secundaria y Ministro de Educación.
En su faceta de escritor, Héctor Guillermo Villalobos alcanzó un merecido prestigio por algunos poemarios tan elogiados por la crítica y los lectores como En soledad y en vela (1954), Mujer: tú eres la madre tierra (1963) y Barbechos y neblinas (1973). Considerado por algún estudioso de su obra como "el poeta que maneja el romance con mayor destreza en Venezuela" (Armas Chitty), obtuvo, merced al cultivo de este molde estrófico tradicional, algunos galardones tan relevantes en el panorama literario venezolano como el Primer Premio del Ateneo de Guayana -por su romance "Jagüey" (1943)- y el Premio Único del Certamen de Romance Nativista de la Exposición Agropecuaria Nacional -por "Romance para una madre campesina".
J. R. Fernández de Cano.

Fuente: MCNBiografias.com